Época: Arte Español del Siglo XVIII
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1800

Antecedente:
La pintura rococó en España

(C) Arturo Ansón Navarro



Comentario

Zaragoza va a ser el segundo centro artístico en importancia de España, después de Madrid, en la difusión de la sensibilidad rococó en la pintura. La labor de difusión de las formas y colores del rococó romano-napolitano emprendida por José Luzán tras su regreso de Nápoles (1735), así como la ejecución por Antonio González Velázquez de los frescos de la cúpula de la Santa Capilla de El Pilar (1752-53), que suponía el definitivo triunfo de esa estética, reforzada por las aportaciones de Giaquinto, explican el triunfo de la pintura rococó a orillas del Ebro y su trascendencia. Los frescos de González Velázquez y las obras de Luzán se convirtieron en referente obligado para los importantes discípulos aragoneses del maestro zaragozano.
José Luzán Martínez (1710-85), aparte de su actividad docente en la Academia de la Primera (1754) y Segunda (1771) Juntas Preparatorias, en las que enseñó a los mejores pintores aragoneses, que alcanzarían cargos y honores en la Corte (Francisco Bayeu, Goya, Beratón, el platero Antonio Martínez), desarrolló una intensa actividad como pintor. Su personal estilo, inconfundible, de formas blandas y tintas cálidas y luminosas, de procedencia napolitana, refleja las referencias de su maestro Mastroleo y de Sebastiano Conca, sobre todo, reforzadas luego, aunque sin tanto peso, por Giaquinto y González Velázquez.

En 1750, los dos grandes cuadros murales de la capilla de Nuestra Señora de Zaragoza la Vieja, en la iglesia de San Miguel de los Navarros, así como las hermosas pechinas con Las cuatro mujeres fuertes de la Biblia, constituyen un hito de su producción. Luego vendrían las pinturas de las Puertas del Armario del Tesoro (1757) de La Seo; los grandes cuadros de la capilla de San Jerónimo (1762-64) de la catedral de Huesca; varias versiones de la Venida de la Virgen del Pilar, en Zaragoza y en el Palacio Real de Madrid, entre otras obras destacables.

La culminación de su producción es, sin duda, el gran cuadro del retablo de la iglesia del Hospital de Convalecientes de Zaragoza (actual Hospital Provincial), donde representó a Nuestra Señora con la advocación de Salus Infirmorum (hacia 1770-75), obra pletórica de dinamismo y frescura de colorido, inspirada en composiciones de Conca, que le hacen merecedor de ocupar un lugar destacado en el panorama de la pintura rococó en España.

Entre sus discípulos prendió con fuerza la sensibilidad rococó. Ya nos hemos referido a Juan Ramírez entre el círculo madrileño de seguidores de Giaquinto. El más destacado de los giaquintescos en Zaragoza fue, sin duda, Francisco Bayeu y Subías (1734-1795), que estaba llamado a convertirse en el mejor pintor español del siglo XVIII después de su cuñado Goya. La primera etapa zaragozana de Francisco Bayeu refleja con rotundidad el dictado estético de Giaquinto, a quien Bayeu conocería ya en 1753, cuando ayudaba a Antonio González Velázquez en la cúpula de la Santa Capilla.

Aunque no esté documentada hasta el momento, creemos que debió existir una estancia madrileña de Bayeu anterior al concurso de la Academia de 1757. Posiblemente estuviese una temporada en Madrid, reclamado por Antonio González Velázquez, o por el mismo Giaquinto como ayudante, lo que le permitiría hacer las copias de modellini de Giaquinto que se conservan en la Real Sociedad Económica Aragonesa de Zaragoza y en otros lugares. Así se explicaría la total admiración por Giaquinto que se aprecia en La tiranía de Gerión (1757), obra que enviada desde Zaragoza para un Premio Extraordinario convocado por la Academia de San Fernando mereció el premio por unanimidad, al retirarse los demás concursantes ante la superioridad manifiesta de la versión de Bayeu.

La Academia, consciente de su indudable valía artística, concedió a Francisco Bayeu una pensión en septiembre de 1758, para que completase su formación en Madrid, bajo las orientaciones de Antonio González Velázquez. Dos meses escasos la disfrutó, pues las desavenencias con el maestro y su inasistencia a clase por motivos económico-familiares hicieron que la Academia le forzase a renunciar a la pensión a mediados de diciembre de ese año.

Con cuatro hermanos dependiendo económicamente de su trabajo, pues habían quedado en total orfandad, regresó Bayeu a Zaragoza, donde, entre 1759 y 1763, se convirtieron él y su maestro Luzán en los pintores más acreditados y con más encargos pictóricos.

Para el arzobispo de Zaragoza, Añoa y Busto, con destino a la capilla del palacio arzobispal, había pintado en Madrid una hermosísima Inmaculada (1758), de composición y factura claramente tomadas de Giaquinto. Pintó series de cuadros sobre la Pasión de Cristo y el Vía Crucis para la iglesia dominicana de San Ildefonso de Zaragoza -seis de esta última se guardan en el Museo de Zaragoza-; también frescos y lienzos para las cartujas de La Concepción y de Aula-Dei, próximas a la ciudad; o para el monasterio de Santa Engracia, entre otras. Precisamente, de la decoración de la iglesia de este monasterio conserva el Prado un modellino que representa a La Virgen y la Santísima Trinidad en la Gloria y era el del luneto al fresco que hubo sobre el altar mayor, pleno de fuerza compositiva y cálido colorido romano-napolitano.

En esa etapa juvenil zaragozana demostró ser Francisco Bayeu el mejor y más útil seguidor de Giaquinto en España y, si bien pronto renovaría su léxico formal en clave clasicista, siguiendo a Mengs, nunca olvidó su admiración por el maestro de Molfetta. Si sus frescos primeros en el Palacio Real, como La Rendición de Granada (1763), o La Caída de los Gigantes (1764), todavía deben mucho a Giaquinto, los bocetos preparatorios de sus frescos y otros lienzos de altar, y sus retratos familiares mostrarán esa pincelada corta, nerviosa y empastada, que aprendiera de Giaquinto. La razón no eliminó totalmente esos recuerdos de juventud rococós.

Francisco Goya (1746-1828) también tuvo sus inicios pictóricos en contacto con lo rococó, de la mano de Luzán y de Francisco Bayeu, como se comprueba en obras juveniles como la Aparición de la Virgen del Pilar a Santiago (hacia 1766-69, colección particular, Zaragoza), o su gemela La Sagrada Familia o Triple Generación (colección marqueses de La Patina, Jerez). El influjo de Giaquinto se detecta también en las series de Los Padres de la Iglesia Occidental de Muel y de Remolinos, y con unos planteamientos más clasicistas en los frescos de la cartuja de Aula-Dei (1774). Por otra parte, Goya sería el único pintor español que apreciase la obra pictórica de Tiépolo, y asumiese sugestiones suyas, tanto compositivas como cromáticas, en sus grandes decoraciones al fresco.

Pero la sensibilidad rococó también impregnó la obra de pintores zaragozanos y aragoneses como Braulio González, Ramón Almor, Diego Gutiérrez, José de Liñán, Juan Andrés Merclein o Fr. Manuel Bayeu, entre otros.